LAS ESPAÑOLAS

LAS ESPAÑOLAS



Las mujeres, como los hombres, son
el producto de la estructura social
que les ha formado o deformado.
El conocimiento de esta estructu-
ra nos dará, pues, la clave para alcanzar
el de los individuos correspondientes. Pa—
ra un pensamiento que persigue lo con-
creto como método y fin, hablar de ar-
quetipos abstractos —la española, la ingle—
sa, la alemana— no tiene sentido, porque
ello sólo conduce a divagaciones ociosas
que tienen tanto que ver con la verdad
de los individuos existenciales como los
fantasmas con los seres de carne y hueso.
En cambio, la relación individuo—es-
tructura social está ahí, surge de la reali-
dad misma. O, dicho de otro modo, la
gente es como el mundo en que vive. Si
ese mundo es libre, amplio y generoso,
las mujeres y los hombres que lo habitan
se sentirán libres, se conducirán con más
natural desenvoltura y en su trato se abri-
rán a la sinceridad y a los otros seres
humanos sin recelos ni suspicacias. Por
el contrario, cuando una sociedad es rí-
gida, cerrada, retrógrada y oscurantista,
sus gentes serán mezquinas, secas, retraí-
das, desconfiadas. Se trata de un reflejo ,
casi mecánico inevitable, con raras
excepciones que nacen precisamente de
la excepcionalidad de los casos surgidos
de una situación de privilegio o de carác-
ter y personalidad infrecuentes.
Y digámoslo al pasar, las estructuras
están profundamente determinadas por
el modo de la economía en que descan-
san, por el sistema de sus relaciones de
producción.
    
Volviendo al tema: las mujeres
españolas, que hoy empiezan
a evolucionar en su psicología
y hábitos existenciales al com-
pás de los nuevos cambios socio-políti-
cos acaecidos en el país en las últimas
décadas, que empiezan a liberarse de
muchas trabas absurdas, de tabúes y con-
vencionalismos ridículos, ofrecen hoy la
más extensa gama de conductas y formas
de vida, gama cuyos extremos podrían
figurarse en la monja de clausura como
supervivencia precaria tradicional, por un
lado, y la meretriz, la que vive "de su
cuerpo", por el otro. Entre uno y otro
cabo, se sitúa la abigarrada muchedum-
bre de las formas y comportamientos más
o menos "normales", tan variados como
la vida misma. Dentro del vagamente
indefinido mundo de lo humano, muy
poco tienen que ver entre si una carava—
na de beduinos y una comunidad de
burgueses de una ciudad libre norteuro-
pea; la brutal diferencia de sus estructu-
ras de convivencia determina una igual-
mente brutal diferencia de psicologías,
comportamientos y conductas. Pero to-
dos ellos participan, consciente o incons-
cientemente, del denominador común de
lo que, para entendernos de alguna ma-
nera, llamamos "lo español". ¿Y qué es
"lo español"? "Lo español" es un país
que se quedó a la zaga de Europa, que
no conoció la revolución burguesa ni la
industrial, que no ha hecho todavía (!) la
Reforma Agraria (con mayúsculas), que
ha tenido tradicionalmente los índices
más altos de analfabetismo, de pobreza,
de prostitución, de higiene y atención
sanitaria; un país cuya sociedad mantie-
ne Ias más crudas desigualdades a fuerza
de una política represiva moral y física y
que, habiendo mandado siempre a sus
hijos a la emigración, últimamente hizo
de ella un instrumento político —una po-
lítica de Gobierno— para paliar sus gran-
des problemas económicos y sociales,
mantener los privilegios y ventajas de la
oligarquía a toda costa y beneficiar prin—
cipalrnente a banqueros y dignatarios a
ellos asociados.
    
Forma parte esencial de "lo espa-
ñol» la superstición pseudoreligio—
sa inculcada biogenéticamente a
lo largo de siglos de un catolicis—
mo forrnalista, rígido, represivo, centrado
más en el egoísmo de la "salvación indi-
vidual" que en la caridad y sus obras; un
catolicismo predicador y animador de
"cruzadas", "autos de fe", cuya delicia
principal ha parecido siempre la emisión
de condenas, anatemas y excomuniones,
reduciendo la religiosidad a procesiones,
novenas, rogativas y "primeros viernes".
El catolicismo ha pesado tremenda-
mente sobre la mujer española. Puede
decirse, sin exageración, que ha modela-
do profundamente su conciencia de una
forma o de otra, ya marcándola a hierro,
en las fieles que se le quedaban adheri-
das, o e'mpujándola hacia un anticlerica-
lismo o descreimiento elementales, en
las que se apartaban de toda práctica
religiosa. Las mujeres han sido siempre
su gran clientela, hasta el extremo de
que se levantaban quejas y lamentacio-
nes ante la casi exclusiva concurrencia
femenina a los templos.
El catolicismo vivido por ellas ha sido
el catolicismo externo de la repetición
ritual machacona que es el que se impo-
ne a los espíritus perezosos e irreflexivos,
pero no por ello el que menos huella
imprime.
    
El aspecto eminentemente plástico
de adoraciones y devociones ante
cuadros y estatuas, de vidas de
santos y milagros y prodigios, con
toda la escenografía de templos, altares,
cirios, incensarios, "pasos" y "monumen-
tos", ha contribuido enormemente a que
la religión se convirtiera en una cosa que
se puede ver y tocar, que forma parte
inseparable de la vida cotidiana. El con-
fesionario, como sacramento en que se
debe poner al desnudo la intimidad más
profunda, es un instrumento de dominio
de las almas. Sin embargo, esa religión
que ha logrado domeñar las conciencias,
no ha podido subyugar la vida, con sus
rebeldes instintos y deseos. Y en esa os—
cura rebelión, las más de las veces in-
consciente, se encuentra una de las cla—
ves para arribar a un desvelamiento de la
personalidad de muchas mujeres españo-
las, que han vivido siempre dos vidas
distintas y divergentes.
Pero este tema para más holgada y
reposada meditación.

Por Paulino Posada

Publicado por la revista Play Lady el noviembre de 1976

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Artículos populares