EL declive del busto

No deja de ser curioso, y hasta digno de un estudio en profundidad, el cómo, a través de las épocas, el concepto de la belleza femenina ha ido evolucionando. Hoy, en efecto, las opulentas damas que sistemáticamente pintara Rubens serían utilizadas por los publicitarios como modelos ideales de lo que la mujer uno tiene que ser", es decir, algo así como al contrario de los inefables anuncios de los chocolates de Matías López, los del antes" y a después", en los que se mostraba a un caballero enclenque que no los había probado en el primer apartado, y a continuación a un bien nutrido señor, rebosante de carnes por todas partes, tras haberlos ingerido.


Las orondas matronas de antaño figurarían, en la actualidad, como ejemplo de lo que había que corregir, y a su lado, en el "déspués", aparecerían señoritas que, con muchos kilos menos, serían las que marcasen los cánones. Pero no se trata aquí de hablar de Rubens ni de los chocolates Matías López, sino de cómo en el cine, que, nos guste o no, marca los cánones aludidos, estos han variado, coexistido o luchado por imponerse. Antes y después del "destape". Porque el "destape", por supuesto, es esencial. 

EL IMPUDOR DEL PUDOR

Hasta hace muy pocos años, e incluso en países mucho menos pudibundos que el nuestro, el desnudo cinematográfico era poco menos que inconcebible, aunque en contrapartida, eso sí, se recurriera con frecuencia al desvestido, que no es lo mismo, y se colocara la cámara de modo que se resaltaran los que han sido, alternativamente, los atributos eróticos más potenciados de la mujer: los senos y las piernas. Las oscilaciones han sido marcadas, más que por el gusto real del espectador, por los intereses de las grandes productoras, que al éxito de una "star" de la casa rival respondían, bien fuera con una imitación de la misma, bien con su contrapartida por oposición. Así, en los años treinta, a la evanescencia de Garbo —MGM— respondía Paramount primero con su réplica, encarnada en Marlene Dietrich, y luego con su contrario, materializado en Mae West. Pero empecemos por el principio, para llegar a un final que puede no serlo más que provisoriamente. En los primeros años del cine las heroínas eran, por lo general, seres asexuados, de aspecto angelical y casi podría decirse que incorpóreo. Contaban los rizos de una Mary Pickford, la mirada casi perdida de una Lillian Gish y, si bien había excepciones como las que constituyera la "terrible vampiresa" Theda Bara, no pasaban de ser eso, excepciones. Unº poco más tarde, cuando llegara, de un lado, el imperio de las "flappers" con Clara Bow en un extremo y la eterna Joan Crawford en el otro, el cuerpo, sin convertirse en elemento fundamental, adquiriría casí tanta importancia como el rostro, aunque más en virtud de su libertad de movimientos que de su exhibición. Incluso cuando Cecil B. de Mille inauguró la moda de las bañeras, quienes en ellas se introducían, de Claudette Colbert a Gloria Swanson, serían mujeres por descontado jóvenes y bellas, pero de aspecto estilizado, si bien no por ello menos erótico. Habría, repito, que esperar los años treinta para que, ora el busto, ora las piernas, o ambas cosas a la vez, fueran las claves del éxito de determinadas actrices. 

EL VESTIDO Y LO QUE VA DEBAJO
Garbo, ya se ha dicho, era la mujer evanescente por excelencia. Lánguida, sin apenas formas, su magnetismo radicaba en su mirada y en un cuerpo velado por las túnicas de Adrián. Cuando Hollywood "importa" a Marlene intenta hacer de ella una réplica de Garbo. Es Travis Banton el encargado de vestirla, en un estilo completamente diferente al de la sueca. Los departamentos de publicidad se encargan de quitarle kilos de encima, someterla a intervenciones quirúrgicas que hicieran de su rostro mofletudo delos días de "El ángel azul" una faz angulosa, lindante con la demacración. Hasta que se dan cuenta de que Marlene posee unas piernas fabulosas que aún hoy siguen siendo legendarias, y que si pueden resultar sugestivas cubiertas por unos pantalones masculinos, lo son aún más al descubierto.                 


En los primeros tiempos del cine, las actrices eran o bien seres asexuados, como Mary Pickford, o bien "desmadradas" asociaciones del sexo y la muerte, como Theda Bara.

En los años treinta Garbo y Marlene fueron las máximas representantes de la "sofisticación". En la primera foto, Greta en "La reina Cristina de Suecia". En la segunda y tercera,— Dietrich antes" y "después" de salir de su simiesco disfraz en el número "Hot Voodoo" de “La Venus rubia". 

Como contrapartida a la sofisticación y evanescencia de las anteriores, surgió la rotundidad y asumida vulgaridad de Mae West, de formas opulentas y agresividad innegable. 

Por Cesar Santos Fontenla

Publicado en la revista Play Lady el noviembre de 1976


    

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