Las trampas de la pornografia

Las trampas de la pornografía



Llegue a Amsterdam
un poco fatigado de tan—
to ver mala pornografia.

Si bien no conocía la ciudad,
sabia de su fama en la materia,
pero como ya me habia desilu—
sionado profundamente con
Estocolmo y —muy especial—
mente— con Copenhague, las
ilusiones de encontrar algo ab—
solutamente diferente me pare-
cian remotas. En Suecia no ha—
bía podido superar las vulgari—
dades de su cabaret más famo—
so, Le Chat noir, una sala
—más bien una tribuna de esta—
dio de fútbol, porque si no se
llega a las diez de la noche hay
que ver el espectáculo de pie—
que si no fuera por algún pési-
mo intento de live show en plan
cachondo y grosero, no estaría
en condiciones de competir ni
con el más modesto club noc—
turno de Madrid, Bilbao, Sevi-
lla o Barcelona, por citar sólo
algunas de nuestras ciudades.
Me frustré y decidí guardar
energías para Copenhague. Y
peor no me podía haber ido,
porque en la capital del porno
sólo encontré películas viejas
—y malas— en cartel, “porno-
shops” más desbordantes que
nunca de una mercadería vul—
gar y poco interesante. Copen—
hague ha retenido, si, el poder
productor; allí están instaladas
todas las grandes fábricas eu—
ropeas de material pomográfi—
co. pero del buen gusto ni que
hablar. Durante cuatro dias ca—
miné por todo Copenhague
como un pobre huérfano y
nunca pude encontrar nada que
realmente me satisñciera. Por
lo tanto, poco o nada esperaba
de Amsterdam, ciudad bella, si
las hay, y que me impresionó
desde el primer momento.

Lo primero que hice fue en-
trar en el primer “porno—shop”
que vi; no porque pensara en—
contrar algo realmente novedo—
so. sino porque allí ——si el lugar
es céntrico, claro— se pueden
encontrar algunos elementos
que indiquen que rumbo hay
que tomar. Efectivamente, en—
contré una Amsterdam Sex
Tourist que, como contaré más
adelante. me resultó de vital
importancia.

Es inevitable, pero el viajero
nunca puede sustraerse a una
caminata por los alrededores
de la Old Church. Evidente-
mente, el espectáculo que alli se
ofrece es realmente único en el
mundo: las prostitutas, detrás
de las ventanas —algunas sólo
con ”bragas y sostenes—- inten-
tan atraer a sus posibles clien-
tes con miradas insinuantes, sin
por ello dejar de tejer, mirar la
televisión o hacer tricot. Me di—
verti un buen rato por el espec-
táculo y luego entre en uno de
los locales de la Casa Rosso, la
más famosa de la zona y posee-
dora delos únicos “live shows”
auténticos. Para mi sorpresa, el
espectáculo fue lo suficiente—
mente bueno que se puede es—
. perar de todo esto y fue presen-
ciado por una gran cantidad de
mujeres, la gran mayoria, por
supuesto, turistas. Y, para mi
sorpresa, italianas y españolas,
que parecian a la búsqueda de
algún buen aliciente. Y creo
que no se deben haber ido de—
fraudadas. Por cincuenta flori-
nes pudieron presenciar, prime—
ro, un “show” de “strip—tease”
combinado, porque de alguna
forma hay que decirlo, con una
especie de introducción al “li—
ve” por parte de algunas chicas
que protagonizaron un cuadro
de lesbianas bastante interesan—
te y otro de masturbación, un
tanto más discutible. Luego, las
cien o ciento veinte personas
que estábamos alli fuimos invi-
tadas a subir hasta un pequeño
teatro ubicado en la planta alta
—todo esto previa consumición
de un whisky—. Se nos invitó a
no fumar y a guardar silencio y
una voz anunció en seis o siete
idiomas que iba a comenzar el
show La primera pareja
——las chicas eran las mismas del
“show” de abajo—— hizo su tra—
bajo con bastante esmero, aun-
que resultó evidente que el mu—
chacho no tuvo una erección
completa. La segunda adoleció
del mismo problema, a pesar de »
los esfuerzos bucales de la chi—
ca que se desvivió por hacer
reaccionar a su compañero. La_-
tercera que ocupó el escenario
protagonizó una especie de pa—
rodia sadomasoquista con final
feliz: él desnudo, entró a escena
tirando de una suerte de cade-
na que sujetaba la garganta de
la chica, que aullaba —¿quién
podia creerle?—- de dolor. Siem—
pre 'al, ritmo de su cadena se
hizo practicar una fellatio sin
demasiadas consecuencias, ya
que era evidente que ala chica
la cosa le gustaba y que la ca-
dena era un accesorio innecesa—
rio. Luego, ya en éxtasis amo-
roso—a todo esto la muchacha
ya le habia lamido conveniente-
mente los pies—, la reconcialiaf
ción tenia suficiente vigor
como para convencer. La cuar—
ta pareja que tomó lugar en el
escenario ——vacio, sólo disponía
de una alfombra mullida— no
demoró en iniciar sus compli-
cadas ' posturas y en general
tampoco convencieron dema—
siado. Una cosa resulta eviden-
los actores, no encuentro
otra palabra para denominar-
los, eran conscientes de que ac—
tuaban a sala llena y de que no
podian defraudar con inope-
rancias de cualquier tipo. Las
muchachas, “ término medio,
eran mucho más hermosas que
los hombres y en el escenario
su tarea, comparada con la de
ellos, resultaba desbordante. Y
ahi terminó todo, al menos
para mi que ya estaba un tanto
molesto por el exceso“de celo
que ponian en las medidas de
whisky y a quien aquello con—
vencia a medias. Decidí no pa-
sar por la sala de proyección de
films pornos y me fui como co-
rresponde, a tomar el aire. Que
ahi, como bien dice mi madre,
está la salud. Y razón no le
falta.


Sex for export

Amsterdam tiene una; gran
ventaja con respecto a otras
capitales nórdicas y de las
otras: allí se puede hablar sin
eufemismos. En Copenhague
suele ocurrir algo parecido.
pero uno tiene la impresión de
estar sujeto a una vigilancia
mucho más estrecha y, si bien
suelen comprender todos los
pedidos, en alguna medida pa—
recen interesarse _por la suerte
de quien los ha formulado. Y
esa actitud puede llegar a en—
fermar a cualquiera. En Ams—
terdam. no. Recuerdo una
anécdota que gusta contar un
amigo mio que es bastante ca—
chondo, como se demostrará.
Estaba en Amsterdam en com—
pañia de su mujer y de otra pa-
reja y, al ver con tanta insisten—
cia en las calles las vallas ofre—
ciendo los servicios de las Es—
corts Guide Services ——mucha—
chas de buena presencia con
las que se puede ir a bailar, a
tomar una copa, al cine o a la
cama, según la tarifa y la ape—
tencias que se proclamen— de—
cidió utilizar el servicio de la
compañia que las nuclea y soli-
citó, luego de consignar las se-
ñas de su hotel y el precio de la
operación, un par de mucha-
chas bisexuales y un perro do—
berman, argumentando que era
lo único que podia calmar la
euforia sexual de su mujer. Los
de la agencia tomaron prolija
cuenta de su pedido y, para ra-
tiñcarlo, acordaron llamarle en
unos minutos. Al rato sonó el
teléfono y en la agencia le pi— *
dieron disculpas por no tener,
en ese momento, un animal de
esa raza, y ofreciéndole, en
cambio, un gran danés. Mi
amigo, más divertido que nun—
ca, protestó y los de la agencia
le pidieron media hora de plazo
para ver si podian resolver el
problema. Mientras tanto. si el
cliente quería, y para que co—
menzase la reunión tal como
estaba prevista, podian enviarle
a las muchachas, circunstancia
a la que mi amigo se negó.
Cumplido el plazo, los de la
agencia volvieron a llamar para
decir que sólo habían podido
localizar un doberman. pero
que les resultaba imposible
trasladarlo hasta el hotel. Si mi
amigo y su mujer deseaban
trasladarse hasta el sitio donde
el pobre animal se encontraba.
ellos, sin cargo alguno, se en—
cargarian del operativo. Y todo
esto dicho entre cientos y cien—
tos de excusas por una presun—
ta ineficacia en su tarea. La
verdad es que el asunto era
para no creer. Pero Amster-
dam es así. Y al que no le gus-
te…
Por lo tanto, decidi pasar la
noche con alguna chica y desde
el hotel p_edí una acompañante.
Formulé con toda claridad mis
pretensiones: que fuera joven,
alegre, hermosa y preferente—
mente alta y delgada. Acordé
un precio estipulado de ante-
mano —tuve que detallar mis
preferencias sexuales y el servi—
cio “completo” de toda una no-
che me costó 200 florines; se
me aclaró, eso si, que no debía
pagar ningún extra a la mucha—
cha, que el pago debia hacerlo
en la conserjería del hotel, jun-
to con los honorarios suple—
mentarios lógicos del estableci—
miento y que tenia absoluto de-
recho, cuantas veces quisiera,
de hacer el amor con la chica—.
Pedi un whisky y me dispuse a
aguardar que por ese precio
-—un poco menos de seis mil pe—
setas— Jane Birkin o Rakel
Welch golpearan a mi puerta.
Al cabo de unos veinte minu-
tos, una muchacha que reunía
en un setenta y cinco por ciento
mis pretensiones vino a hacer—
me compañia. No me pidió un
solo fiorin de más y su profe—
sionalismo me dejó estupefac-
to. Creo que hubiera hecho el
amor cien veces con tal de sa-
tisfacerme. Por supuesto. con-
migo no fueron necesarias de-
masiadas argucias para dejar—
me satisfecho. pero la mucha-
cha, que se hacía llamar Helen.
me dejó sumamente satisfecho.
Sabia hablar lo suficiente como
para mantener una conversa-
ción y en ningún momento
tuvo una actitud vulgar: ante
una insinuación mia con res-
pecto a su categoría me dijo
que “su” empresa cuidaba al
máximo la selección de las mu—
chachas y que muchas de ellas
eran estudiantes que necesita-
ban algún dinero suplementario
para solventar sus gastos. Me
aclaró, también, que la calidad
del servicio estaba en estricta
relación con el hotel de donde
provenía la demanda, de suerte
que las chicas clase A iban a
los hoteles poblados por los tu—
ristas con las divisas suficientes
como para pagarlas. El resto,
como en cualquier lugar de este
planeta, se iba arreglando. de
acuerdo a sus posibilidades,
con lo que podia.
Cuando a las diez de la ma-
ñana, como habiamos pactado,
me dijo adiós, sus ojos eviden-
ciaban la triste realidad del de—
ber cumplido. Y yo no me pude
quejar, porque el servicio de las
Escorts, a juzgar por lo que ha—
bía vivido, seguía siendo. de los
mejores en el mundo.


FEDERICO V. ROSALES

Publicado en la revista LIB de 17 octubre de 1977

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